Otra vez Septiembre, como cada año desde que no estás, Papá.
Me despierta en las noches la necesidad de sentirte, de volverte a tener tan próximo como en algún recuerdo que tomo al azar de cualquier momento de mi vida, donde tú estás con la misma sonrisa de sol con Guayabera. Vuelvo a tener el aroma de tus años, la seguridad de tus manos, la alegría de estrecharte y tu mirada de papá.
Pasan los años haciéndonos una reverencia. Vemos pasar los días y dejamos los lamentos de tu ausencia para comenzar a aprender a vivir contigo, que no ha sido fácil, no, pero nos queda la manera en que has logrado hacernos entender que no te fuiste como creímos, pero tampoco te quedaste como hubiéramos querido.
Es cuestión de sentido común, habrías dicho con aquella ironía que hoy me hace reír con los ojos encapotados de lágrimas de mis urgencias.
He ido recopilando con el paso del tiempo aquellos instantes en que sin saberlo tú, nos dejaste una historia para continuar; he ido trazando con líneas curvas y rectas un camino que nos lleva de la mano, que nos mantiene tan cercanos como los astros que, alguna vez, te dibujé con la punta de mis dedos en tu espalda, mientras te hacías el dormido y yo jugaba a descubrir la constelación en que viviría cuando fuera tan grande como tú.
Ahora hemos aprendido también a llorarte con sonrisas, con aquella sensación de saberte en el consuelo silencioso de tu presencia oportuna. Ahora es posible tocarte en el algodón de una frazada; en el viento apresurado; en el niño de la esquina; en el anciano jubilado; en el joven que asoma sus ojos en el retrovisor del automóvil plateado; en el hombre al que nos entregaste orgulloso ante el mismo altar que a ti te cobijó una tarde con mi madre; en los goles que tu nieto te dedica; en la danza descontrolada de tu nieta ; en el caminar del nieto que lleva tu nombre, y en la angelical presencia de la mas pequeña, que de llaverito no le quedó mas que tus ocurrencias.
Te hemos llorado tanto papá, que nos hemos ido quedando secos de extrañarte, de retenerte; y ahora hemos dispuesto un manantial de sonrisas para honrarte, hemos puesto fotos tuyas por todos lados y hemos también inventado un abecedario secreto para poder seguir compartiéndote nuestros días.
Todos los días queda un pedacito de ti en mi boca y, todas las noches, dejo que te acerques a mis sueños, me abraces y hagas sentir tu fortaleza, tu presencia y sobre todo tu grandeza…
Sigue tu apellido floreciendo entre nosotros y tus manías heredadas haciéndonos morisquetas y guiños retadores; sigue la sutil ráfaga de tu aroma entre los atardeceres frenéticos, la complacencia de tu sonrisa de recién nacido en las madrugadas con lluvia, tu mirada serena en aquellas noches de misterio azul y la pelea que diste para ponerle un nombre al deseo de vivir. Queda por encima de todo, el ritmo de tu voz, la sonata que parecía despedida y no fue sino un hasta siempre…
Queda aquel ultimo te AMO… las Amo…
Sigues presente en nuestros corazones Papá, en nuestros espacios, incluso, en cada estación del año, en la que igual eres, sol, lluvia, playa quieta y lucero de mis noches.
Te amo Papá…
Te amamos siempre.